viernes, 18 de septiembre de 2015

El poder de la duda en el aprendizaje

La evaluación del conocimiento del niño/adolescente, a nivel general, se realiza a través de preguntas a las que éste debe proporcionar una respuesta considerada como “la correcta”, donde el “no lo sé” está explícita o implícitamente prohibido.
Desde esta perspectiva, la duda adquiere un matiz negativo para el estudiante: la vergüenza que éste evita experimentar frente a otros compañeros al no saber aquello que el profesor pregunta, la sensación de fracaso que muchas veces puede sentir al dar la respuesta “incorrecta”, el miedo o decepción frente a la posibilidad de que su nota en la asignatura se vea afectada por una respuesta poco certera o lo que implica el fallo en relación con la imagen de sí mismo. Muchas de estas cuestiones relegan el “no lo sé” al espacio de lo que no puede decirse, y se ve reemplazado, por ejemplo, por respuestas esquivas o menos participación en clase.

La prohibición de la duda, del “no lo sé”, afecta el proceso de comprensión y aprendizaje, limita el universo de conocimientos al que puede acceder el estudiante y bloquea su capacidad para cuestionarse acerca de lo que aprende, del mundo que le rodea y cómo desenvolverse ante él.
La capacidad para hacer preguntas y cuestionar cosas ayuda al estudiante en la búsqueda del auto-conocimiento, así como en lo que respecta al contenido académico. El cuestionarse y hacerse preguntas resulta de gran utilidad como estrategia de valoración, como catalizador de la investigación y el conocimiento. Las preguntas trascienden el contenido, vinculando al estudiante con su propio proceso reflexivo y su contexto.
En este sentido, las preguntas que puede hacerse el estudiante desde el “no lo sé” adquieren mayor importancia en el proceso de aprendizaje que el mero juego de pregunta-respuesta correcta. La simple respuesta es residual –requiere que el estudiante enmarque y organice un contenido que pueda satisfacer a quien hace la pregunta-, lo que desplaza el centro de gravedad desde el propio estudiante y sus intereses, dudas y preguntas, hacia la valoración que pueda hacer el educador que se refleja en una calificación.
De aquí la importancia de enseñar a los estudiantes que está bien decir «No lo sé», de enseñar a los estudiantes a generar y hacer preguntas. Desde el “no lo sé” se abre un inmenso campo de posibilidades creativas y analíticas en donde el estudiante aprende a trabajar su propia duda, a enfrentar desde un papel crítico y activo el reto del conocimiento.
El valor de una respuesta frente a una pregunta concreta es, en realidad, concedido por el profesor. Las respuestas, en este sentido, tienen cierto valor como conocimiento; sin embargo hay un poder mayor y más duradero en la duda, en el acto de preguntarse y cuestionar, dado que es un proceso centrado en el estudiante. El “no lo sé” y el papel del educador al ayudar al niño/adolescente a hacerse preguntas frente a aquello que no sabe o no conoce, devuelve el centro de gravedad hacia el estudiante, le hace de nuevo el principal protagonista de su propio aprendizaje.
Es por ello que es importante rescatar el valor que tiene que el niño/adolescente se permita el espacio para decir “no lo sé”, a partir del cual, desde un papel de acompañante, el educador ha de guiar el proceso de aprendizaje, no hacia una respuesta “correcta”, sino hacia el desarrollo de la capacidad de investigación y reflexión del estudiante.
El “no lo sé” ha de pasar de ser una respuesta evitada que cierra la puerta del conocimiento, hacia un espacio en donde se hace posible que el conocimiento se genere de forma conjunta, la puerta hacia otros niveles de reflexión, crítica y curiosidad. “Un punto de partida que restaura la escala de entendimiento para un universo de conocimientos”. 
Con información de: Terry Heick para Teachthought

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