lunes, 31 de julio de 2017

La otra cara de decir "muy bien" a los niños

Tenemos la tendencia a aplicar los conceptos de “bien” y “mal” a muchos aspectos de nuestras vidas, incluyendo la manera en la que evaluamos las conductas de los niños. Intentamos fomentar “lo positivo” y detectar “lo negativo” con el objetivo de suprimirlo. Ambos polos suelen gestionarse por parte de los padres mediante la dualidad castigo-refuerzo. Este último ha adquirido mayor prominencia tras la cantidad de información que desaconseja pertinazmente el castigo y la crítica como medidas educativas. Observamos asimismo como cada vez está más de moda lo relacionado con la psicología positiva, el “todo está bien”, insistir sobre centrarnos en los aspectos buenos de la persona y reforzarlos, lo que a su vez ha ayudado a que el refuerzo y los elogios se extiendan y se automaticen.
Estamos viviendo un momento en el que, quizá por acortar la brecha generacional y profundizar en el esfuerzo por entender a nuestros niños, nos movemos a zancadas entre las diversas perspectivas que nos garantizan una crianza y desarrollo sano de los hijos: "reforzarles, no castigarles", "centrarse en los aspectos positivos, no en los negativos", "sacar partido de los baches, no las quejas", “poner límites vs. dejar espacio para que cuestionen”… un amplio abanico de propuestas que muchas veces son puestas en práctica sin razonar o analizar el caso concreto y, en muchas ocasiones, sin un mínimo de consistencia. Muchas propuestas educativas y de crianza tienen su espacio de razón, sin embargo, es necesario tener en cuenta el contexto en el que la situación ocurre, así como otros detalles que caracterizan la respuesta de los padres, de manera que no corramos el riesgo de caer en el reduccionismo de "café para todos".
Aunque se ha alabado durante años los beneficios del refuerzo positivo en los niños, la investigación actual, que se ha ocupado de conocer mejor la influencia y procesos relacionados con el mismo, ha aportado mayor claridad al papel que juega en su conducta. “Lo has hecho muy bien” “Tu dibujo es precioso”, son frases que pueden sonar familiares ya que muchos las hemos usado para alentar a los niños y que aprendan sobre el valor de sí mismos. Sin embargo, aunque nuestras intenciones son las mejores, si nos detenemos a reflexionar un poco más allá acerca de esta tendencia, veremos que este tipo de alabanzas incluyen un juicio de valor por parte de los padres (o por parte de la figura que las hace). No es nuestra aprobación o evaluación lo que pretendemos que guíe el desarrollo y conducta del niño, sino más bien que este pueda llegar a sus propias conclusiones apoyándose en nosotros.
El destacado investigador en el campo de las ciencias sociales Alfie Kohn, quien ha estudiado durante años diversos aspectos acerca de la parentalidad y la educación, nos adelantaba hace unos años (2001) su preocupación al respecto, dado que se ha enaltecido el refuerzo hasta un punto, que se pierde de alguna manera con ello la naturalidad del elogio y se obvian algunos aspectos menos constructivos del mismo. El “Muy bien” que le solemos dirigir a los niños, se ha automatizado y se dice, en muchas ocasiones, de manera indiscriminada.
Es muy frecuente en cualquier contexto familiar, escuchar que se les dice a los niños de manera recurrente “¡Muy bien!: Cuando se comen toda la comida, cuando sonríen, cuando hacen algo que les pedimos… Muchos nos reconoceremos a nosotros mismos o a otros utilizando este tipo de frases con nuestros niños al punto de que casi se han convertido en un “tic verbal”.
Alfie Kohn señalaba que, aunque hay una gran variedad de textos que advierten en contra de recurrir al castigo, es muy difícil encontrar opiniones profesionales que desalienten el uso del refuerzo positivo en la educación de los niños. El punto aquí no es cuestionar la importancia de apoyar e incentivar a los niños, la necesidad de amarlos y abrazarlos, de ayudarlos a sentirse bien con ellos mismos. Lo relevante de este punto de vista es poder mostrar cómo ciertos elogios de carácter evaluativo desnaturalizan algunas conductas del niño que son parte de su proceso de crecimiento, y le dificultan acceder a la comprensión y autenticidad que intentamos fomentar.
Apuntamos aquí las razones que apoya la investigación, por las que se desaconseja echar mano constantemente del “Muy bien” y de los elogios evaluativos:
1. El elogio evaluativo encierra en sí una forma de “manipulación”. Cuando le decimos al niño “¡Muy bien!” una vez que ha limpiado y guardado sus materiales de pintura, le decimos a su vez que esa es la conducta que queremos ver en él. Aunque deseamos que aprenda y siga normas y reglas, el mensaje no deja espacio para la reflexión del niño ni añade información descriptiva que pueda serle de valor. En la mayoría de los casos, este tipo de mensajes tienen menos que ver con sus necesidades emocionales que con nuestra propia conveniencia o deseo. El “Muy bien” se traduce en un símil verbal de una recompensa tangible y bien sabemos que la motivación y el deseo son mucho más potentes que las recompensas externas y que, además, estas no siempre sobrevendrán a nuestras acciones en la vida adulta.
La razón por la cual los elogios pueden funcionar a corto plazo es que los niños pequeños están hambrientos de aprobación. Pero nosotros tenemos la responsabilidad de no aprovecharnos de esta dependencia para nuestra propia conveniencia. Los niños también pueden empezar a sentirse manipulados por esto, incluso si ellos no pueden explicar a ciencia cierta por qué.
2. Inducimos a los niños a estar en constante búsqueda de aprobación. Algunas veces felicitamos a los niños solamente porque estamos genuinamente complacidos por lo que han hecho. Sin embargo, incluso en dichas situaciones, vale la pena poner más atención. En algunos casos, en vez de aumentar la autoestima de un niño, podemos estar incrementando su dependencia hacia nosotros. Las investigaciones han comprobado cómo este tipo de situaciones fomentan la aspiración del niño por satisfacer el deseo que transmite el interlocutor a través de su elogio, por tanto se incrementa asimismo la dependencia de este hacia nuestras evaluaciones, nuestras decisiones acerca de lo que está bien y mal, en lugar de aprender de sus propios juicios. Esto los lleva a medir su valor en términos de lo que a nosotros nos hará “felices” o les procurará un poco más de aprobación.
Mary Budd Rowe, investigadora de la Universidad de Florida, descubrió que los estudiantes que eran elogiados excesivamente por sus profesores eran más indecisos en sus respuestas y más proclives a responder con un tono de voz de pregunta, buscando la aprobación previa de su interlocutor en lugar de sumergirse en su propia reflexión. Asimismo, tendían a retractarse de una idea propuesta por ellos tan pronto como un adulto mostraba su desacuerdo y tenían menos tendencia a perseverar en tareas difíciles o compartir sus ideas con otros estudiantes.
Cuando acostumbramos al niño a felicitarle por todo aquello que realiza, ¿Qué hará cuando no estemos allí para dar nuestra aprobación a su trabajo? Algunos niños se preocupan o se cuestionan a sí mismos cuando no reciben el elogio tras su acción -aun cuando esta sea acorde y correcta- por el simple hecho de estar acostumbrados a recibirlo como forma de refuerzo de su identidad. La identidad del niño y su autoestima han de estar potenciadas por factores más complejos. Los niños necesitan saborear el éxito de llegar a sus propias conclusiones y nuestros elogios y observaciones simplemente deberían ayudarles a que puedan realizar esa autoevaluación de manera sana.
3. Le decimos al niño cómo ha de sentirse. Aparte del problema de dependencia, un niño merece disfrutar de sus logros y sentirse orgulloso de lo que ha aprendido a hacer. También merece decidir cuándo sentirse de tal o cual forma. Cada vez que decimos, “¡Muy bien!”, le estamos diciendo al niño cómo sentirse.
Con total seguridad, hay momentos en los que nuestras evaluaciones son apropiadas y nuestra guía es necesaria –especialmente con niños que ya caminan o que están en edad pre-escolar. Pero una corriente constante de juicios de valor no es ni necesaria ni útil para su desarrollo.
Es probable que, lamentablemente, no nos hayamos dado cuenta de que “¡Muy bien!” es una evaluación tanto como lo es “¡Mal hecho!” La característica más notable de un juicio positivo no es que este sea positivo, si no que es un juicio. Y a la gente, incluyendo a los niños, no les gusta ser juzgados.
Cuando un niño logra hacer algo por primera vez, o hace algo mejor de lo que lo había hecho hasta ahora, es conveniente tratar de resistirse al reflejo de decir “¡Muy bien!” y con ello no diluir su alegría. Es preferible que el niño comparta su placer con nosotros, no que nos mire buscando “un veredicto”. Sería deseable que el niño exclame, “¡Lo hice!” en lugar de preguntarnos con incertidumbre, “¿Lo hice bien?”.
4. Minamos la oportunidad de que descubra sus propios intereses. "¡Muy bonita pintura!” puede hacer que los niños sigan pintando por el tiempo que nos mantengamos mirando y elogiándolos. Pero, Lilian Katz, una de las principales autoridades nacionales de educación en la temprana infancia, advierte “una vez que se retira la atención, muchos niños no volverán a esa actividad.” Efectivamente, una cantidad impresionante de investigaciones científicas han mostrado que mientras más recompensamos a la gente por hacer algo, más se tiende a perder el interés por aquello que se hace para obtener la recompensa.
En un estudio de problemas llevado a cabo por Joan Grusec de la Universidad de Toronto, los niños pequeños que fueron elogiados frecuentemente por sus muestras de generosidad, tendían a ser menos generosos en el día a día, de lo que eran los otros niños. Cada vez que ellos han oído “¡Muy bien por compartir!” o “Estoy muy orgulloso de ti por ayudar”, perdían el interés intrínseco por compartir o ayudar. Estas acciones vinieron a verse no como algo valioso en su propio sentido de lo justo, sino como algo que deben hacer para obtener nuevamente esa reacción del adulto. La generosidad se convierte así en el medio para un fin.
En este sentido, varias investigaciones han mostrado cómo el interés de los niños se orienta a complacer el mensaje oculto tras el elogio, más que a la tarea que están realizando. Por ejemplo, en un grupo en el que se transmitían constantemente mensajes acerca de la inteligencia de los niños “Muy bien, qué listos sois”, estos evitaban las pruebas difíciles y rehuían del error, interesándose solo por aquellas actividades que garantizaran la recompensa verbal.
Entonces la pregunta: ¿motivan los elogios a los niños? Por supuesto. Los motivan principalmente a obtener elogios. Desgraciadamente, esto sucede frecuentemente a expensas del compromiso, motivación o interés hacia aquello que estaban haciendo y que provocó el elogio.
5. Desnaturalizamos la conducta del niño e influimos sobre su desempeño. Varias investigaciones han encontrado que los niños que de forma constante reciben elogios evaluativos por hacer bien un trabajo creativo, tienden a tropezar en la siguiente tarea, y no les va tan bien como a los niños que no fueron elogiados desde el principio.
¿Por qué sucede esto? En parte porque los elogios crean una presión de “continuar el buen trabajo”, llegando a interponerse en el camino de lograrlo. En parte porque su interés en lo que hacen puede disminuir. En parte porque ellos se vuelven menos propensos a tomar riesgos –un prerrequisito para la creatividad- una vez que comienzan a pensar sobre cómo hacer que esos comentarios positivos continúen ocurriendo.
En forma general, “¡Muy bien!” es un vestigio de un enfoque que reduce toda la vida humana a comportamientos que pueden ser vistos y medidos. Desafortunadamente, esta ignora los pensamientos, sentimientos y valores que yacen detrás de los comportamientos. Por ejemplo, un niño puede compartir su bocadillo con un amigo, bien como una forma de atraer un elogio, o como una forma de mostrar genuinamente su deseo de vinculación y generosidad y asegurarse de que el otro niño tenga suficiente para comer. Los elogios evaluativos del tipo “Excelente, has compartido con tu amigo” ignoran estos diferentes motivos. Estos, de hecho, promueven el motivo menos deseable, haciendo a los niños más proclives a tratar de obtener elogios en el futuro, tendencia que se extiende en su vida adulta.
Sin embargo, no es un hábito fácil de romper. Dejar de hacer elogios evaluativos (los más frecuentes en todo tipo de contexto), al menos al principio, puede parecer extraño. Se puede sentir como si se estuviese siendo frío o guardándose algo. Pero eso, (y pronto se vuelve evidente) sugiere que nosotros elogiamos más porque necesitamos decirlo, que porque nuestros niños necesitan oírlo. Siendo esto así, es tiempo de reconsiderar lo que estamos haciendo.
Lo que los niños necesitan es apoyo incondicional, amor sin compromisos. “¡Muy bien!” es condicional. Significa que estamos ofreciendo atención, reconocimiento y aprobación por saltar a través de nuestro aro, es decir, por hacer algo que nos complace a nosotros.
El problema real no es que los niños de esta época esperen ser elogiados por todo lo que hacen. Lo que sucede es que nosotros estamos tentados a tomar atajos, a manipular a los niños con recompensas, en lugar de explicar y ayudarlos a desarrollar las habilidades necesarias y los buenos valores.
Entonces, ¿cuál es la alternativa? Lo más importante es que cualquier cosa que decidamos decir tiene que ser en el contexto del afecto genuino y amor por lo que los niños son, en vez de por lo que han hecho. Una excelente alternativa es sustituir los elogios evaluativos (que encierran juicios), por elogios descriptivos (que fomentan la individualidad y reflexión del niño). En lugar de juzgar lo que vemos, podemos simplemente describir lo que vemos que el niño ha hecho, por ejemplo: En lugar de “Muy bien, qué bonita historia”, podemos decir “Lo has contado de manera que quien la lee y escucha, puede saber exactamente qué siente el personaje”. El elogio descriptivo es específico y genuino, y permite que el niño evalúe sus propias acciones, en lugar de imprimirle automáticamente el juicio que nosotros le ofrecemos. En lugar de describir la acción específicamente, podemos describir lo que pensamos que el niño está sintiendo o sus avances: “Has hecho todos los ejercicios de matemáticas en menos tiempo que hace un mes, ¡parece que eso te complace y alegra mucho!”. Los elogios descriptivos ponen mayor énfasis en el esfuerzo que en la recompensa, enseñamos a los niños a ver las grandezas de sus logros y los puntos “menos positivos” en los que podrían trabajar.
Sin embargo, para poder hacer el cambio en nuestra forma de elogiar a los niños, hemos de reconsiderar nuestros propios requerimientos en vez de simplemente buscar una forma de que los niños obedezcan. Por ejemplo, en lugar de usar “¡Muy bien!” para hacer que un niño de cuatro años se siente callado durante una larga clase o cena familiar, tal vez deberíamos preguntarnos si es razonable esperar que un niño haga esto.
Debemos encaminar a los niños hacia el proceso de tomar sus propias decisiones. Si un niño está haciendo algo que molesta a otros, entonces sentarse posteriormente con él y preguntarle, “¿Qué piensas que podemos hacer para solucionar esto?” Podría ser más efectivo que chantajes o amenazas. Esto también ayuda al niño a aprender cómo resolver problemas y le enseña que sus ideas y sentimientos son importantes. Por supuesto, este proceso toma tiempo, cuidado y coraje. Lanzar un “¡Muy bien!” cuando el niño actúa en una forma que nosotros estimamos apropiada, no considera ninguna de estas cosas, lo que también explica por qué resulta mucho más sencillo de expresar y automático.
Entonces, ¿Qué podemos decir cuando los niños hacen algo impresionante? Como comentamos anteriormente, podemos basarnos en los elogios descriptivos. Para ello podemos:
Decir o describir lo que vimos. Un enunciado simple, sin evaluación (“Te pusiste los zapatos por ti mismo” o incluso solamente “Lo hiciste”) le dice al niño que te has dado cuenta del cambio o acción. También le permite sentirse orgulloso de lo que hizo. En otros casos, puede tener sentido hacer una descripción más elaborada. Si hace un dibujo, podríamos ofrecer unas observaciones –no un juicio- sobre lo que vemos: “¡La montaña es inmensa!” “¡Utilizaste muchos colores!”
Si un niño hace algo cariñoso o generoso, se podría atraer su atención sutilmente hacia el efecto de esta acción en la otra persona: “¡Mira la cara de Gloria! Parece que le ha gustado que compartas las patatas con ella”. Esto es completamente diferente a un elogio, en el que el énfasis está en cómo se siente el adulto acerca de la acción hecha por el niño.
Hablar menos, preguntar más. Incluso mejores que las descripciones son las preguntas. ¿Por qué decirle al niño qué parte de su dibujo le impresionó al padre cuando se le puede preguntar qué es lo que a él le gusta más de su dibujo? El preguntar “¿Cuál fue la parte más difícil de dibujar?” o “¿Cómo hiciste para hacer el pie del tamaño correcto?” es probable que alimente su interés por el dibujo. Decir “¡Muy bien!”, como lo hemos visto, puede tener exactamente el efecto contrario y no le invita a reflexión alguna.
Mostrar aprecio o agradecimiento. Menciona aquello que el niño ha hecho y para qué ha podido servir, por ejemplo “Gracias por recoger la mesa después de cenar. Cuando toda la familia colabora podemos disfrutar más tiempo juntos”.
Centrarnos en la acción, no en la persona. En lugar de juzgar al niño, hemos de intentar centrarnos en la acción. En lugar de “Eres un desordenado, tienes los juguetes por toda la casa”, o “Qué bien que recogiste tus juguetes” podemos decir “Los juguetes están (o no) en su lugar, cuando están ordenados en la habitación son más fáciles de encontrar”.
En resumen, esto no significa que todos los cumplidos o todas las expresiones de gusto sean dañinas. Debemos considerar los motivos por los que los decimos y reflexionar sobre los mensajes ocultos que podemos estar transmitiendo en ellos así como los efectos verdaderos de decirlos. Una expresión genuina de entusiasmo tiene un mayor efecto positivo que el simple deseo de manipular el futuro comportamiento del niño.
¿Están nuestras reacciones ayudando al niño a percibir un sentido de control sobre su vida o fomentando el deseo de buscar constantemente nuestra aprobación?
¿Están estas expresiones ayudándolo a volverse más entusiasta con lo que está haciendo por derecho propio, o convirtiendo la acción en algo que él quiere hacer únicamente para recibir una palmada en la espalda?
No es cuestión de memorizar un nuevo guión, sino de tener presentes nuestros objetivos a largo plazo para nuestros hijos y ser sensibles ante los efectos de lo que decimos.

Artículos relacionados:

Artículo de Kreadis con información de::
-Cinco razones para dejar de decir “¡Muy Bien!” por Alfie Kohn * YOUNG CHILDREN – Septiembre 2001 (Parents, mayo de 2000, Alfie Kohn).
-Praising Children: Evaluative vs Descriptive en Playful Learning.
-Por qué dejar de decir ¡Muy bien! en “El método Montessori”

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